"La incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia del pasado. Pero quizá sea
igualmente vano esforzarse por comprender el pasado, si no se sabe nada del presente" M. Bloch

lunes, 15 de noviembre de 2010

Conversación a tres bandas

En el Le Monde diplomatique en español nº177 (julio 2010) encontré la transcripción de una conversación muy interesante, por sus contenidos y por las personas que charlaban. El periódico a su vez extrajo este contenido del libro "Ciudadanos de Babel", de la Fundación Contamíname, Madrid, 2002.
Os la dejo aquí:

[...] una apasionante conversación entre José Saramago y nuestro director Ignacio Ramonet, organizada y coordinada por el ensayista Víctor Sampedro, que tuvo lugar en A Coruña en 2001.


Víctor Sampedro
Ustedes dos destacan como intelectuales y escritores que se pronuncian sin ambages
sobre la tarea que han de ejercer. Saramago, dice, o hace decir a la mujer del médico en El
Ensayo sobre la ceguera: “Yo soy la que nació para ver el horror del mundo”. Y añade: “Es
preciso defendernos todos los días contra la degradación”. A lo que Ignacio Ramonet
precisa: “Se trata de resistir políticamente, día a día, la oscura disolución de la política
misma en la resignación o la desesperanza”. ¿Qué responden a quienes les tachan,
respectivamente, de pensador pesimista y trasnochado teórico de la conspiración?



José Saramago
Bueno, a veces necesito mucha paciencia para aguantar los tópicos que circulan
sobre mí. No tengo ninguna responsabilidad sobre éste, que se instaló pero que no tiene
nada que ver con la objetividad ni con la racionalidad. Es decir, cuando se califica a fulano
de optimista o pesimista se le aplican unas categorías que no significan nada. Normalmente,
se sobreentiende que una es positiva y la otra negativa. El optimismo resulta positivo por su
supuesto carácter constructivo. Siempre, casi como rutina, el optimista encuentra algo
bueno que señalar. Si uno destaca que algo va mal, siempre aparece ese otro diciendo:
“Pero, bueno, las cosas han mejorado. Hace 100 años era muchísimo peor”. Lo que no
reconoce es que ahora todo podría, debería ser aún muchísimo mejor.
El pesimista, finalmente, no es tal, porque si no ya se habría pegado un tiro en la
cabeza para no aguantar más la vida. Al contrario, sigue viviendo e insiste en decir que si el
vaso sólo contiene mitad de agua, la discusión no es si está medio lleno o medio vacío.
Estas afirmaciones no deben calificarse ni de optimistas ni de pesimistas. El hecho es que
un vaso medio lleno o medio vacío sólo puede matar la mitad de una sed.
Está clarísimo. De acuerdo en que ahora con el desarrollo de la higiene, la medicina
y la cirugía vivimos mucho más... Pero, por lo menos en mi opinión, el problema no puede
plantearse así. En la Edad Media carecían de los medios para lograrlo. Ahora los hemos
inventado. Los hemos creado. Ya disponemos de ellos. La pregunta apropiada, entonces, es
si con los medios que tenemos para resolver una cantidad de problemas, éstos ya se han
resuelto. Y la respuesta es no. Por ello seguiremos diciendo que el mundo está mal y que
podría, debería estar mejor.



Ignacio Ramonet
El problema tal como lo plantea José reside en cómo organizar teórica e
intelectualmente lo que podríamos llamar una resistencia al sistema, elaborando un espíritu
crítico. Estamos enfrentados, como José decía ayer, a un cambio de civilización. Tiene toda
la razón y no es pesimista afirmarlo. Revela lo que podríamos llamar sencillamente lucidez.
Mucha gente cree que exponer los riesgos o peligros en una nueva etapa implica mantener
una visión pesimista. En realidad, se están indicando, señalando e identificando una serie de
peligros para que no caigamos en ellos. Creo que esto se corresponde con lucidez.
La etapa actual necesita que los intelectuales se planteen cómo elaborar, cómo
construir un discurso crítico. Si a esto se le llama conspiración, evidentemente, el término
pertenece a otra época. Es casi una palabra de la Guerra Fría, incluso anterior a ella. La
vocación que podemos tener, por ejemplo, en Le Monde Diplomatique no es constituir una
conspiración cualquiera. Al contrario, se hace públicamente, mientras la conspiración
supone secreto, ocultación, intención disimulada, etc. Por lo menos, así la entiendo yo.
Necesitamos un discurso de la lucidez, consciente, público, abierto y colectivo, para
resistir a la "conjura de los necios". Esa conjura que enfrentamos trata de
establecer, de modo silencioso, una serie de razonamientos, hasta constituir lo que hemos
llamado el pensamiento único: convencernos que lo normal es lo que existe y que lo
anormal es distanciarse de ello. Se afirma que lo que existe, lo que estamos viviendo, no es
un resultado ideológico, sino puramente técnico, científico, etc., y que toda actitud crítica,
parte de ideologías "caducas" o se basa en arquitecturas ideológicas preexistentes. La verdad,
no me parece que sea una crítica seria al trabajo que podemos estar haciendo.



Víctor Sampedro
Ustedes intentan y logran trasmitir con bastante efectividad estas actitudes a través
de los medios. Al mismo tiempo, en especial Ignacio Ramonet, denuncia que la gente busca
una comunicación humana, humilde y honesta, pero que no la encuentra. ¿Por qué razón?
¿Qué impide que la información, la comunicación, puedan resultar humanas, humildes y
honestas?



Ignacio Ramonet
No sé si es sensato abordar una gran reflexión como ésta, que no podemos agotar en
una conversación. Pero todo el problema parte, en realidad, de los rasgos de la
comunicación actual. En primer lugar, tiene como característica ser muy abundante. Por
consiguiente, le trasnmite a cada uno la impresión de que se satisface su deseo de consumir
información. En segundo lugar, se trata de una información muy sencilla, muy elemental,
consumible por cada uno. Esto satisface la capacidad consumatoria de la información y, por
consiguiente, la persona queda contenta. Por último, globalmente, la información no sólo
es abundante y sencilla sino también relativamente distractiva; es decir, me puedo distraer
viendo el telediario. Los americanos lo llaman el infotainment. En realidad, todo está
contado de tal manera, con recursos narrativos tan eficaces, que al final presentar una
información consiste en contar con mucha eficacia una historia.
Frente a esa situación ¿por qué surge insatisfacción? Ya que, en realidad, todo está
hecho para satisfacer. Ese tipo de información responde a los deseos arcaicos de más
información, más comprensible y que, por otra parte, “me interese, no me aburra”. Podré
interpretarla porque me resulta distractiva. Frente esa capacidad de seducción de la
información, resulta difícil determinar en qué medida no funciona. Si viviésemos en otras
épocas históricas, por ejemplo, frente a un poder identificado como autoritario, obviamente
diríamos que todo eso no es más que seducción para conducirme o hacerme aceptar dicha
autoridad.
Pero la atmósfera imperante afirma que el poder, por llamarlo de alguna manera, o
el sistema son democráticos y respetuosos con la persona humana, que en realidad sólo se
preocupan de los derechos humanos, de todas estas categorías humanitarias de las que nos
hablan todos los días. En ese contexto resulta extremadamente difícil elaborar un discurso
crítico como se pudo realizar en los años 20 o 30, por ejemplo, con la escuela de Frankfurt.
Precisamente debiéramos recordar los rasgos sencillos de una comunicación más humana.
En definitiva, debemos interrogarnos para qué me sirve la información en mi vida
cotidiana, en qué medida me toma en cuenta como ser humano. Recordar elementos de ese
tipo resulta para muchos no sólo ser pesimista, como decíamos antes, sino actuar de
aguafiestas: “Si todo va bien, ¿por qué quiere plantear problemas que nadie más que usted
ve?”.



José Saramago
Hombre, de acuerdo en que no existe una conspiración mundial para volvernos
estúpidos a todos. No vamos ahora a pensar en un grupo de personas en Washinton o New
York o Sidney o donde sea... y que logran poner en marcha el plan y los medios necesarios
para estupidificar a la gente. Admitamos que no es cierto. Pero como simultáneamente está
clarísimo que nos están estupidificando, por algo será, con plan o sin plan, por algo será....
Yo creo que nos están estupidificando, estupidificando de la manera más maquiavélica que
se pueda imaginar.
La forma más primaria consiste en no informarnos, no decirnos nada, dejarnos
ignorantes. Pero no informar, no decir nada, dejar sencillamente que la gente se vuelva
ignorante, no resulta rentable. Si puedes llegar a los mismos fines ganando algo con eso,
entonces lo harás. Por eso, el proceso de estupidificación por el que estamos pasando todos
constituye una industria. Como tal industria no para, se multiplica y crece como metástasis.
Vivimos en un universo metastásico de información, de comunicación, que ni comunica ni
informa, que al final estupidifica. Si esto no fuera así, las cosas serían necesariamente
diferentes. La mayoría de la gente no está informada. Hablo de la mayoría. Luego hay unos
cuantos pequeños grupos de personas perplejas que dudan, que creen que las cosas no van
bien. Son grupúsculos, porque el resto, la mayoría, está encantada de no saber nada y saber
cada vez menos de esa nada que ya sabía antes.
A mí me da igual que sea el resultado de una conspiración o no, como he dicho
antes. Me parece que el verdadero problema reside en la mayor o menor visibilidad del
poder. Si lo colocamos ahí en sus expresiones más groseras como la censura, la policía, la
autoridad y, bueno, todo eso que no gusta, entonces normalmente la gente protesta,
reclama, conspira y lucha para liberarse. Pero existen otras formas de dispersar o diluir el
poder, que no pasan exclusivamente por ahí. Tienen el cuidado de decirnos “No os
preocupéis. Si a las seis de la mañana llaman a la puerta no es la policía, es el lechero”. Y
permanecemos tranquilos porque la policía no entrará, el instrumento represivo no nos
alcanzará.
Pero cada vez que encendemos el televisor el instrumento represivo está en casa.
Entró. Se instaló. Se sentó en el cuarto de estar. Esto se hace con un talento absolutamente
extraordinario y completamente inesperado que, por otra parte, tiene su expresión visible en
la publicidad. La publicidad constituye una forma elaboradísima de condicionamiento de
los espíritus, porque ha sido objeto de todos los análisis posibles e imaginables. La
publicidad resulta algo absolutamente, yo diría, criminal. Es, como los franceses dicen, [*].
Antiguamente nos lanzaban discursos políticos que,ç fundamentalmente pretendían
meternos en la cabeza lo que a ellos les convenía. Ahora no, ahora los instrumentos son la
publicidad y la diversión. Hemos convertido el planeta en un inmenso escenario donde todo
el mundo se ha transformado en actor. Y si no lo es todavía, espera llegar a serlo. Incluso
existen lugares reservados ya para los que todavía no son actores. Son el público, un
público de actores televisivos que se comportan como parte del mismo espectáculo. Les
pagan por ello, aunque sea un bocadillo, y todos muy contentos.
El desastre al que nos enfrentamos es la ausencia total de espíritu crítico. ¿Cómo se
puede luchar en contra? Evidentemente, todos tenemos experiencias y encuentros como
éste en los que se manifiestan el desasosiego de la gente y la necesidad de buscar salidas.
Pero ¿qué hacer?. Siempre nos piden soluciones: “¿Y qué es lo que usted...? ¿Cómo se
puede salir de aquí?”. Prueba que la gente no está bien, no se encuentra bien donde está. Y
de nosotros ¿qué quieren que contestemos?... “Sí, aquí está la solución, en el bolsillo...
¿cómo la quiere blanca, azul o amarilla?” [Saca del bolsillo la llave de la habitación del
hotel y nos la ofrece].
Los medios son en gran parte responsables de la ausencia de espíritu crítico. No
opinan y lo peor, cuando lo hacen es siempre en contra de los intereses de la comunidad.
Suponiendo que tengamos alguna idea clara de lo que son los intereses de la comunidad.
Porque si ponen aquí o en Portugal el Gran Hermano, el índice de audiencia supera todo lo
imaginable... Lo más bajo, lo más despreciable se identifica con esa curiosidad mórbida y
morbosa por lo que hacen los demás. No por lo que piensan, ni por lo que sienten. “¿Qué
hacen, están haciendo el amor, están follando, están cagando?”.
Hay muchos motivos para el pesimismo, porque parece que no avanzamos nada.
Quien desee información la tiene. Pero ¿qué tirada alcanza Le Monde Diplomatique, un
periódico, en mi opinión, excelente? ¿Cómo ayudar a que la gente comprenda que la
información que necesita está ahí? Porque, por muy chocante que pueda parecer, la mayoría
encuentra información “interesante” y “necesaria” en el Hola, en la prensa amarilla. Es la
información que quieren y nos contestan “¿Y usted qué tiene que ver con mi vida? A mí me
gusta esto.”
He llegado a una conclusión terrible. El hombre, el ser humano ideal, se manifiesta
en situaciones de crisis; pero de crisis real, cuando todo se derrumba. Ahí se muestra todo
lo que existe de peor y de mejor en el ser humano. Ahí nos sorprende la capacidad de
heroísmo. Hablo de la gente común que se revela mucho más grande de lo que es, mucho
más buena, capaz de sacrificios que jamás había imaginado. Porque la crisis, el problema
que se le ha planteado es “Ahora tengo que valer lo que valgo”. Y ocurre. Sucede. La
normalidad es la enemiga del ser humano.
Quien alcanza la normalidad se instala en la ambición, se instala en todo, o casi
todo, lo que hay de negativo. “España es un país próspero.” “España va bien.” Vale, y ¿qué
están haciendo los españoles por cambiar lo que evidentemente no marcha bien?. Pues
nada. Como los portugueses, nada, nada, nada. Cuando yo digo que la democracia no es un
punto de llegada, sino de partida, la gente me mira como si hubiera caido de la luna o yo
que sé... Y peor que eso, no saben (aunque lo sospechen) que sí, que es cierto lo que digo.
No saben, no sabrían concretarlo. “Entonces, si dice que es un punto de partida... ¿cómo
hacemos?” Saben llegar, pero no avanzar.



Víctor Sampedro
La falta de referencia de la gente para seguir avanzando puede que tenga que ver, ya
que lo han citado antes, con la “comunicación” basada en programas como el Gran
Hermano. En un artículo mío criticaba que al ciudadano común le ofrecen la libertad de
expresión del manicomio. Es decir, ante las críticas ajenas nos han inculcado a preguntar de
modo casi automático y como falsa respuesta “¿De qué te quejas si todo va bien?”. Por otra
parte, siempre se nos recuerda “Además puedes hablar todo lo que quieras. Nadie te va a
censurar”, como señalaba Saramago. Lo que nunca añaden es “Pero nadie te va a
escuchar”. Eso es lo que se callan. Exactamente como en el manicomio, en realidad no
importa lo que digas o hagas, no vas a tener referencias, tampoco interlocutores.... ni
siquiera serás considerado un tertuliano merecedor de atención. El resultado parece
conducir a lo que ustedes han llamado en de muchos artículos periodísticos o las novelas -
“ensayos con personajes” - de Saramago, el pensamiento único. ¿Qué demonios es?. ¿En
qué se basa? ¿Cuál es el núcleo del pensamiento único?



José Saramago
El pensamiento único, ni siquiera es pensamiento. Es, más o menos, el pensamiento
cero.


Víctor Sampedro
Se trata de una contradicción, ¿no? Un pensamiento que se presente como único,
monolítico, sin contradicciones ni adversarios dignos de consideración, al menos, no resulta
humano.



José Saramago
Ni siquiera nos referimos a un pensamiento único, como el que se instaló, por
ejemplo, en la Alemania nazi. Ellos tenían un pensamiento único, equivocado y criminal,
con las consecuencias que se vieron y las raíces conocidas. Ahora no. Ahora, sencillamente,
no se piensa. Domina el pensamiento cero. La aceptación de lo que existe sin criticarlo, sin
intentar cambiarlo. Todos esperan que al día siguiente alguien proponga lo que hay que
hacer y pensar. Pero al día siguiente dirán “Sigo pensando en nada”.



I. Ramonet


Ignacio Ramonet
Sabemos cómo se ha gestionado y desarrollado eso que hemos llamado el
pensamiento único o pensamiento cero del que habla José. Hay que remontarse
cronológicamente a la caída del muro de Berlín en el 89 y a la desaparición de la Unión
Soviética en el 91. En ese momento, entre 1991 y el 1995, globalmente asistimos a la crisis
ideológica más aguda y a la desaparición del pensamiento crítico. Se trata de un mazazo
que, de una manera o otra, recibe, digamos, la izquierda en general. Aunque en definitiva,
sobre todo en Occidente, la gente se mostraba extremadamente crítica con respecto a la
Unión Soviética, en general, y con respecto al stalinismo, en particular. A pesar de eso,
vivimos un verdadero shock, a pesar de que todo el mundo podía desear esos
acontecimientos, en la medida que la sociedades del Este parecían rechazar de manera
colectiva y radical lo que había sido el socialismo en todos sus aspectos. No sólo en sus
aspectos más autoritarios, más brutales, sino en todos sus aspectos.
Evidentemente eso no sólo acongoja a la izquierda sino que la paraliza. Se paraliza
la izquierda en el sentido más pleno de la palabra. No sólo la izquierda política, sino
también la intelectual. Ése es el momento. En ese vacío crítico se establece, finalmente, la
idea de que hemos llegado al final de un largo enfrentamiento. La Guerra Fría termina ante
nuestros ojos con la victoria de un bando y la derrota del otro. ¿La victoria de quién? No se
la puede arrogar el capitalismo, en su sentido más abstracto, sino un conjunto de ideas, una
ideología en el sentido propio de la palabra, una arquitectura, una armazón de ideas que
dominarán, esencialmente, el campo económico.
Triunfa una idea (lo he dicho frecuentemente), que no resulta tan contraria a lo que
el marxismo sostuvo durante mucho tiempo y que Lenin condensó al afirmar “La economía
es política concentrada”. De repente tiene razón Lenin. Y la noción de que la economía va y
debe condicionar al resto de las políticas triunfa, pero en versión capitalista. ¿Qué tipo de
economía impera? Se elige un modelo bien preciso, el neoliberal, que llega al poder al final
de los años 70. La primera experiencia internacional se ensaya en Chile, por los Chicago
Boys, al amparo de la dictadura de Pinochet. Aplican la política monetarista que Milton
Friedman había desarrollado en la Universidad de Chicago y que toma el poder en 1979 en
Gran Bretaña con la señora Thatcher y en EEUU en 1980 con Reagan.
Globalmente la idea del neoliberalismo ¿cuál es? José hablaba de ello ayer. Todo su
proyecto se concreta en la reducción del Estado, de todas las políticas keynesianas que se
han hecho hasta ahora. Ya sea desde la derecha o desde la izquierda, parece obligado
abandonar las políticas de organización que contemplan al Estado como el actor económico
importante, papel que ahora ya sólo corresponde a la empresa privada. Un paradigma
general organiza las sociedades. No se trata de la idea de progreso o de cohesión social,
sino del paradigma del mercado, la energía del mercado... Y las soluciones que aporta el
mercado se hacen corresponder, en realidad, con las que desea la sociedad. El mercado, esa
mano invisible, se adorna de una serie de ideas concretas. Lo colectivo ya no importa ante
lo individual. Las exportaciones resultan más importantes que el consumo nacional. La
moneda debe ser fuerte y nunca mostrarse débil. El presupuesto del Estado debe reducirse
al máximo. No puede haber déficit, etc. Todo este corpus de ideas se impone al conjunto de
la sociedad.
Cuando digo el conjunto de la sociedad me refiero a que en ese momento también la
izquierda suscribe esos dogmas; es verdad que adaptados, adornados... Se erige una especie
de verdad evangélica que será aceptada por lo que llamamos la Tercera Vía. Clinton es el
primero que empieza a proclamarlo, considerando que los demócratas son la izquierda
estadounidense. Después los socialdemócratas europeos recogen el testigo y vemos cómo,
poco a poco, se establece esa especie de corpus básico e indiscutible, a pesar de todas las
consecuencias sociales que acarrea. A eso le llamamos pensamiento único; es decir, que si
la izquierda y la derecha son el conjunto del espectro político, en el corazón de ese
espectro, tomando la mitad que se encuentra a la izquierda de la derecha y la mitad que se
encuentra a la derecha de la izquierda, ambas comparten ese corpus de ideas. Lo demás
resultará secundario: con qué intensidad vamos a privatizar, este sector o aquel, más o
menos...

Resulta indiferente que se encuentre en el poder un gobierno de uno u otro signo.
Aunque esto no es del todo cierto. No quiero hacer demagogia, pero respecto a esos
principios resulta indiferente. Como las nuevas políticas acarrean graves consecuencias
sociales - por ejemplo, si reduzco el presupuesto hay paro - las diferencias se limitan a si
indemnizo a los parados o no. Ahí hay una diferencia, la derecha no los indemniza y la
izquierda sí. Pero todos los ponen en el paro. La derecha dice que hay que privatizar todos
los sectores y la izquierda dirá que tal sector no. Pero todos privatizan, siguen un
comportamiento único.
Una consideración sobre la democracia, porque todo esto se produce con la idea de
que vivimos en democracia, y que lo importante es la democracia. Lo decía José ayer y
hace un instante: la democracia es un punto de partida, no de llegada. Debemos
interrogarnos por qué ha resultado tan difícil durante siglos establecerla. En definitiva, se
trata de una invención de final del siglo XVIII, EEUU, la Revolución Francesa etc. En
1939, cuando empieza la II Guerra Mundial, en Europa había menos democracias que
dedos en la mano y a escala mundial eran muy escasas. ¿Cómo es posible que ahora sean la
norma?
Antes, cuando en un país había la voluntad social, la voluntad colectiva, la voluntad
popular de crear una democracia, con frecuencia ese deseo encontraba la oposición violenta
de las oligarquías. Se vivió aquí en España, la Guerra Civil fue una oposición a un proyecto
democrático; y Guatemala en el 54, cuando se quisieron llevar a cabo democráticamente
una serie de reformas; y Chile... Entonces se producían golpes de Estado e intervenciones
militares extranjeras que lo impedían. ¿Por qué? Porque la democracia no se concebía sólo
como más posibilidades para cada uno, aunque es una dimensión muy importante
expresarse libremente - como tú decías antes - y votar por el partido que uno quiere. Pero
antes la democracia se planteaba también en su dimensión económica. Por consiguiente, si
en un país durante siglos o milenios, el patrimonio había sido acaparado por un grupo,
establecer la democracia suponía nacionalizar: que la nación participase de ese patrimonio.
Esto, evidentemente, lo rechazaban las oligarquías locales y sus aliados internacionales.
Ahora todos - las nuevas repúblicas del Este, toda América Latina, toda África - se
consideran democráticos. La democracia avanza y si no lo hace debe imponerse. Hemos
asistido a cosas insólitas. Los Estados Unidos realizaron un desembarco militar en Haití
para establecer la democracia, en contraste con las decenas de desembarcos anteriores que
establecieron dictaduras. ¿Por qué ahora se alcanza la democracia con tanta facilidad y
antes no? ¿Por qué? Reflexionemos. ¿Qué es lo primero que han hecho los gobiernos
demócratas en los países del Este y en los países latinoamericanos al llegar al poder?
Privatizar lo que era nacional. Es decir, han transferido al capital internacional, a las
grandes empresas, el patrimonio nacional. ¿Por qué se iban a quejar?. Hoy ya no se
precisan intervenciones militares. Al contrario, se reclaman más democracias, porque es la
manera de arrebatarle al conjunto nacional lo que era patrimonio colectivo. Conviene
tener un espíritu crítico sobre lo que se entiende por democracia hoy en día.



José Saramago
Esto merece ser enmarcado en oro. Yo creo que el pensamiento único arriba generó
el pensamiento cero abajo. En ese momento, descrito por Ignacio, el flujo crítico que
siempre encontró expresión, más o menos, entre los que están arriba y los que están abajo,
y que en unas épocas se llamó la lucha de clases y que en otros momentos se llamó esto o
aquello, se paralizó. Ya no funciona. No hemos logrado responder y hay mucha gente
interesada en que sea así, en que aceptemos la globalización como un totalitarismo. Ya no
se necesitan camisas azules ni marrones, ni negras, ni verdes. Ya no se necesitan siquiera
los ejércitos. Hemos llegado al punto de que si en una intervención militar mueren tres
soldados se desencadena un drama nacional. Cosa que antes resultaba impensable. La
democracia resulta tan intrínsecamente buena que en ella se puede hacer de forma
democrática todo lo que no es democrático. Esta es la situación.
Concebíamos la democracia como el estadio de mayor desarrollo. No en la versión
griega, pero al menos sí como una forma de relacionarse en relativa armonía. Cada uno no
sólo ocuparía su lugar, sino que la democracia proporcionaba también también un lugar
cómun donde contrastar nuestras opiniones. Es decir, la propia agitación del debate, la
construcción de la democracia cotidianamente realizada, mantendría vivo el sistema. Pero
lo que está pasando ahora no es eso. Afrontamos una parálisis total, una anestesia total y,
sobre todo, se mantiene la idea de fondo de que la democracia no debe ser siquiera
demasiado crítica. Resulta grotesco. La democracia es el espectáculo más grotesco que se
pueda imaginar, tan sólo una fachada que guarda las apariencias, que mantiene los partidos,
los parlamentos, los congresos, la justicia... Todas las instituciones están ahí y detrás de
eso, la nada.
Ahora, la pregunta es ¿cómo vamos a poder salir? La globalización se presenta
como un totalitarismo que, encima., nadie se cree. Los Estados-Nación, tan criticados, tan
criminalizados, tan diabolizados, se fragmentan. Y parece que su función no estaba
agotada, creo. Recordemos el dicho, divide y vencerás. Nadie puede entender que cuanto
más fragmentado, más fácil resultará reinar, dominar... ¿Qué hacemos?. Esa es la pregunta
angustiosa. ¿Qué hacemos?. De que sirve llegar aquí a Coruña y decir unas cuantas cosas,
que la gente aplauda y se quede muy contenta, “¡Oh qué formidable Saramago y Ramonet y
Savater, y qué bien!”.
Llegamos siempre a lo mismo, al problema central del poder. Ahora ya no necesita
banderas, aunque las usa; ni himnos, aunque los usa cuando los necesita; ni desfiles de
tropas militares en la calle. Pero está ahí. Es que está ahí. Tiene rostro. Tiene cara, la cara
útil, que es la cara política, los políticos, ya sean Aznar, Kohl o Schröder. Pero el otro, el

poder real, anda por ahí diciendo “Aquí estoy”. En el fondo es como esa especie de fluido
de neutrones que viaja por ahí, pero que existe y condensa en sí mismo el poder. Y todos
los demás nos hemos convertido en eventuarios (¿?). En la medida en que somos
consentidores de esto y de aquello, somos los eventuarios. ¿Cómo se rompe esta cadena
mortal, esta cuerda que nos ahoga, que ahoga la inteligencia, la sensibilidad, el espíritu
crítico, cosas que se consideraban inseparables del progreso del género humano? (...)

Siempre nos encontraremos con la misma piedra en el camino, y esa piedra se llama: poder. Es el problema central, lo ha sido siempre. Pero de una forma u otra se ha disfrazado, trasladado a otra esfera, a otro nivel de trascendencia, si es que la trascendencia tiene algún nivel. Ahora sufrimos la brutalidad de un poder invisible, de una especie de presencia: el mercado... Porque el mercado, objetivamente hablando,es el que está en el centro de cada pueblo y ciudad. El mercado del que hablamos aquí ha sustituido a la invisibilidad de un Dios. Antes, todo se hacía antes en nombre de Dios, que tampoco estaba en la calle. Ahora decimos expresiones como : "en nombre del Mercado", "la lógica del Mercado", "las razones del Mercado"... Algo que no puedes apuntar con el dedo te está condicionando. ¿Cómo se puede controlar lo impalpable? Claro que el mercado, entendido así, emana de un poder material muy claro, muy definido y que está ahí. Puede que no sepamos cómo se llama,cómo se manifiesta y cómo opera, pero sabemos que existe.
Norman Mailer le dijo a Pilar [del Río, periodista y compañera de José Saramago] en una entrevista que Bill Clinton era el último presidente de EEUU, porque a partir de él las corporaciones ya no necesitarían intermediarios políticos ¿Cómo le podemos cortar las piernas a eso? ¿Cómo se han organizado en Porto Allegre las miles de organizaciones reunidas allí para discutir problemas reales? ¿Alrededor de qué idea se han organizado? Esa es la clave. Las manifestaciones y reuniones de aquí y allá constituyen síntomas, o mucho más que eso, pero carecen de organización. En cambio, el mercado sí se organiza. Entonces, formulo de nuevo mi pregunta: ¿Alrededor de qué nos organizamos? Porque podríamos seguir discutiendo sin fin, llenos de razón hasta la punta de los pelos, afirmando: "Tenemos razón y somos lo mejor que hay, somos la hostia de buenos". Y esto no es pesimismo, ni derrotismo, es angustia. Personalmente es una angustia cómo pasar al ataque. Aunque fuese un ataque en primerísima línea e insignificante, de modo que el poder no lo sintiese. Al menos lo estaríamos sintiendo nosotros.

Saludos

3 comentarios:

  1. Me he dejado los ojos pero ha valido la pena.
    Me quedo con las dos últimas líneas.

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  2. Anónimo15/11/10

    Ya lo creo que apasionante, y me quiero quedar como Damian con las dos últimas líneas .Y como en algun momento dijo Saramago "Si, soy pesimista,pero yo no tengo la culpa de que la realidad sea la que es"

    Mar

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  3. Gracias por vuestros comentarios.

    Aquí algo más, muy en la tónica de lo escrito arriba, por José Saramago:
    http://www.youtube.com/watch?v=borpuCh6PNA&feature=player_embedded

    (gracias Mari)

    Saludos

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