En el Le Monde Diplomatique en español de abril (nº186) he encontrado un excelente artículo que se pregunta, como nosotros en nuestra anterior entrada, sobre la conveniencia (ya política, ya moral) o no de entrar, de inmiscuirse en lo que en Libia estaba sucediendo. Está inscrito dentro de un extenso e interesante dossier sobre las revueltas democráticas en el mundo árabe.
El autor es Serge Halimi, director de Le Monde Diplomatique, diario que, como sabrán sus lectores, no destaca precisamente por ver con buenos ojos la política exterior estadounidense, o la de sus aliados.
Paso sin más a transcribirlo. Es un largo artículo.
LAS TRAMPAS DE UNA GUERRA
por Serge Halimi
Después de todo, aunque el reloj esté roto, sigue marcando la hora exacta dos veces al día. El hecho de que Estados Unidos, Francia y el Reino Unido hayan tomado la iniciativa de la resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que autoriza el recurso de la fuerza contra el régimen libio no basta para repudiarla ya de entrada.
Un movimiento popular desarmado y confrontado a un régimen de terror se ve reducido a dirigirse a una fuerza internacional poco recomendable. Preso de su desgracia, éste no rechazará su asistencia por el simple hecho de que aquélla ignore las llamadas de auxilio de otras víctimas, sobre todo palestinas o bahreiníes. Incluso olvidará que dicha fuerza internacional es más conocida por ser una fuerza represora que una organización de cooperación.
Pero todo esto que, lógicamente, ha servido de brújula a los insurgentes libos en situación de extremo peligro no bastaba para legitimar esta nueva guerra de las potencias occidentales en tierras árabes. La intervención de los países miembros de la OTAN constituye un medio inadmisible para tratar de alcanzar un fin deseable (la caída de Muamar El Gadafi). Si este medio ha adquirido el estatus de evidencia -pues todos estaban conminados a "elegir" entre los bombardeos occidentales o el aplastamiento de los rebeldes libios- es únicamente porque otras vías de recuso, como la intervención en sus costas con un ejército de la ONU, egipcio o panárabe, han sido descartadas.
Ahora bien, la trayectoria histórica de las hazañas occidentales no permite conceder ninguna credibilidad a los generosos motivos de los que hoy presumen. ¿Quién cree todavía que los Estados, sean cuales sean, consagran sus recursos y ejércitos al cumplimiento de objetivos democráticos? La historia reciente nos recuerda, por cierto, que si bien las guerras que respondían a este pretexto reportaban inicialmente unos fulgurantes éxitos,exhaustivamente mediatizados, las etapas posteriores resultavan ser más caóticas, más peligrosas ymucho más discretas. En Somalia, Afganistán e Irak, los combates no han cesado, a pesar de que Mogadiscio, Kabul y Bagdad fueron "derrocadas" hace ya años.
Los insurgentes libios desearían haber derrocado por sí solos un poder despótico, a semejanza de sus vecinos tunecinos y egipcios. La intervención militar franco-anglo-americana amenaza en convertirlos en servidores de potencias que nunca se han preocupado por su libertad. Pero la responsabilidad de esta excepción regional atañe por encima de todo a Gadafi. Sin la furia represeiva de su régimen, que en cuarenta años ha pasado de la dictadura anti-imperialista al despotismo pro-occidental; sin sus diatribas que equiparaban a todos sus opositores con "agentes de Al-Qaeda" y "ratas que reciben dinero y sirven a los servicios de información extranjeros", el destino del levantamiento libio no hubiera dependido más que de su propio pueblo.
Gadafi en 2009 (wikipedia) |
Es posible que la resolución 1973 del Consejo de Seguridad que autoriza el bombardeo de Libia impida el aplastamiento de una revuelta condenada por la pobreza de sus medios militares. Sin embargo, aparenta más bien ser un baile de hipócritas, puesto que las tropas de Gadafi no han sido bombardeadas porque sea el peor de los dictadores, o el más criminal, sino porque es, a la vez, más débil que otros, no posee armas nucleares ni poderosos amigos susceptibles de protegerlo de un ataque militar o de defenderlo en el espacio internacional. La intervención aprobada en su contra confirma que el derecho internacional no establece principios claros cuya violación entrañaría una sanción en cualquier lugar del mundo.
Con el "blanqueo" diplomático sucede lo mismo que con el blanqueo financiero: un minuto de virtud permite borrar décadas de infamia. De este modo el presidente francés ordena bombardear a su antiguo colaborador exterior, a quien recibía en 2007, cuando ya todos conocían la naturaleza de su régimen -se agradece a Nicolás Sarkozy no haber ofrecido a Gadafi el "savoir-faire de nuestras fuerzas de seguridad" brindado el pasado enero al presidente tunecino Zine El Abidine Ben Ali... En cuanto a Silvio Berlusconi, "amigo íntimo" del dirigente libio, que ha visitado Roma en once ocasiones, se sumó a regañadientes a esta coalición de la virtud.
Una mayoría de maleables vejestorios cuestionados por el estallido democrático se reunen en el seno de la Liga Árabe, que se adhiere también al movimiento de la ONU justo antes de fingir consternación tan pronto como se lanzaron los primeros misiles estadounidenses. Rusia y China tenían el poder de oponerse a la resolución del Consejo de Seguridad, de enmendarlo para reducir el impacto o los riesgos de agravamiento. Si lo hubiesen hecho, no hubieran tenido que "lamentar" a continuación el uso de la fuerza. Finalmente, para tomar plena conciencia de la rectitud de la "comunidad internacional" en este asunto, cabe destacar que la resolución 1973 reprocha a Libia "detenciones arbitrarias, desapariciones forzosas, torturas y ejecuciones sumarias", crímenes todos ellos que naturalmente nunca se han producido ni en Guantánamo, ni en Chechenia, ni en China...
La "protección de los civiles" no es simplemente una exigencia irrefutable. Obliga también, en período de conflicto armado, al bombardeo de objetivos militares, es decir, de soldados (a menudo civiles han sido forzados a vestir el uniforme...), que a su vez están mezclados con poblaciones desarmadas. Por su lado, el control de una "zona de exclusión aérea" significa que los aviones que la patruyen se arriesgan a ser abatidos y sus pilotos a ser capturados, lo que seguidamente justificará que los comandos terrestres se empleen en su liberación. El vocabulario se puede disfrazar de convenciencia, pero no se puede "eufemizar" la guerra indefinidamente.
Ahora bien, como último análisis, la guerra pertenece a quienes la deciden y dirigen, no a quienes la recomiendan soñando que será corta y satisfactoria. Se pueden idear y preparar los planes perfectos de una guerra "impecable" y sin horrores, pero la fuerza militar a la que se confía la tarea de ejecutarlos lo hará en función de sus inclinaciones, métodos y exigencias. Se podría decir que los cadáveres de los soldados libios ametrallados en retirada son, al igual que las masas optimistas de Bengasi, la consecuencia de la resolución 1973 de Naciones Unidas.
Las fuerzas progresistas de todo el mundo se encuentran divididas con respecto a la cuestión libia,según hayan puesto el acento en su solidaridad con un pueblo oprimido o en su oposición a una guerra occidental. Los dos criterios de juicio son legítimos, pero no siempre se pueden satisfazer todas las demandas. Por tanto, cuando hay que elegir, sólo queda determinas hastá qué punto autoriza la etiqueta de "anti-imperialista", obtenida en la arena internacional, a hacer sufrir a su pueblo en la esfera nacional.
En el caso de Gadafi, el silencio de diversos gobiernos de inzquierda latinoamericanos (Venezuela, Cuba, Nicaragua, Bolivia) respecto a la represión que ordenó desconcierta tanto más por cuanto que la oposición del dirigente libio a "Occidente" es pura fachada. Gadafi denuncia el "complot colonialista" del que estaría siendo víctima, pero después de haber asegurado a las antiguas potencias coloniales que "nos encontramos en la misma lucha contra el terrorismo. Nuestros servicios de información cooperan. Os hemos ayudado mucho en los últimos años"
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