Traigo un artículo que escribió el filósofo francés Edgar Morin para El País en marzo de 2004, que me parece muy interesante para mejorar nuestra pulcritud al tocar temas tan delicados como los que en ocasiones tratamos. También toca temas de hiriente actualidad, algo "offtopic" dentro de este foro, pero no veo por qué suprimirlo, dada su utilidad, si no me mueven a ello los compañeros moderadores y administradores.
Antisemitismo,antijudaísmo, antiisraelismo.
La dialéctica de los dos odios, de los dos desprecios, el desprecio del dominador israelí hacia el árabe colonizado y el nuevo desprecio antijudío, formado por todos los ingredientes del antisemitismo europeo clásico, alimenta, incrementa y extiende esos odios y esos desprecios.
Hay palabras que conviene volver a examinar; por ejemplo, la palabra antisemitismo. En efecto, esta palabra sustituyó al antijudaísmo cristiano, que veía a los judíos como los portadores de una religión culpable de haber condenado a Jesús, es decir -por absurda que sea la expresión en el caso de este Dios resucitado-, culpables de deicidio.
El antisemitismo nació del racismo, y concibe a los judíos como miembros de una raza inferior o perversa, la raza semita. Dado el desarrollo del sentimiento antijudío en el mundo árabe, que también es semita, la expresión resulta aberrante, y hay que volver a la idea de antijudaísmo, ahora sin referencia al "deicidio".
Hay palabras que conviene diferenciar, como el antisionismo del antiisraelismo, cosa que no impide que se produzcan deslizamientos de significado entre unas y otras. El antisionismo no sólo rechaza el establecimiento de los judíos en Palestina, sino, en definitiva, la existencia de Israel como nación. Ignora el hecho de que el sionismo, en el siglo de los nacionalismos, respondió a la aspiración de numerosos judíos, rechazados por otros países, de constituir una nación propia.
Israel es la concreción nacional del movimiento sionista. El antiisraelismo adopta dos formas; la primera se opone al establecimiento de Israel en tierras árabes y se confunde con el antisionismo, pero reconoce de manera implícita la existencia de la nación israelí. La segunda nace de una crítica política, cada vez más global, a la actitud del poder israelí frente a los palestinos y frente a las resoluciones de la o nU que exigen su regreso a las fronteras de 1967.
Como Israel es un Estado judío, y como gran parte de los judíos de la diáspora, por solidaridad con Israel, justifican sus acciones y su política, se produce un deslizamiento entre el antiisraelismo y el antijudaísmo. Estos deslizamientos son especialmente importantes en el mundo árabe y musulmán, donde el antisionismo y el antiisraelismo generan un antijudaísmo generalizado.
¿Existe un antijudaísmo francés que sea el legado, la continuación o la persistencia del viejo antijudaísmo cristiano y el viejo antisemitismo europeo? Ésa es la tesis oficial israelí, apoyada por las instituciones llamadas comunitarias y ciertos intelectuales judíos.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que, tras la colaboración de los antisemitas franceses con la ocupación de Hitler y el descubrimiento del horror del genocidio nazi, el viejo antisemitismo nacionalista-racista, desacreditado, entró en decadencia; paralelamente, con la evolución de la Iglesia católica se debilitó el antijudaísmo cristiano, que veía al judío como deicida, hasta acabar por abandonar esa acusación grotesca. Por supuesto, siguen existiendo focos en los que revive el antisemitismo de antaño, residuos de representaciones negativas asociadas a los judíos que se mantienen entre diversos sectores de población. Y en el subconsciente francés persisten vestigios o raíces del "inquietante carácter extranjero" del judío, como se observa en la investigación reflejada en mi obra La Rumeur d'Orleans (1969).
Ahora bien, las críticas a la represión israelí, el propio antiisraelismo, no son resultado del viejo antijudaísmo.
Se puede decir, incluso, que en Francia existía, desde su creación acompañada de amenazas mortales, una actitud más bien favorable a Israel. Al principio se vio como una nación-refugio para las víctimas de una persecución horrible, que merecían una solicitud especial. Al mismo tiempo, se consideró que era un país ejemplar por su espíritu comunitario, encarnado en el kibbutz; su energía en la creación de una nación moderna, única nación democrática en Oriente Próximo. Muchos traspasaron sus sentimientos racistas de los judíos a los árabes, sobre todo durante la guerra de Argelia, y eso benefició aún más la imagen de Israel.
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La visión benévola de Israel empezó a transformarse a partir de 1967, es decir, con la ocupación de Gaza y Cisjordania; posteriormente, con la resistencia palestina; después, con la primera Intifada -en la que un poderoso ejército se dedicó a reprimir a unos rebeldes armados con piedras-, y luego con la segunda, que se reprimió mediante un uso desproporcionado de la violencia y la exacción. Israel fue percibido cada vez más como un Estado conquistador y opresor. La fórmula gaullista que se había denunciado por antisemita, "pueblo dominador y seguro de sí mismo", se transformó en una perogrullada. Los asentamientos que van mordiendo sin cesar el territorio palestino, la represión despiadada, el espectáculo de los sufrimientos del pueblo palestino, son factores que determinan una actitud global negativa respecto a la política del Estado israelí y suscitan antiisraelismo, en el sentido político que damos a ese término. Lo que provoca y aumenta esta forma de antiisraelismo es la política de Israel, y no la reaparición del antisemitismo europeo. Y ese antiisraelismo ha generado poco antijudaísmo en la sociedad francesa.
En cambio, la represión israelí y su denegación de los derechos palestinos provocan y aumentan los deslizamientos del antiisraelismo hacia el antijudaísmo en el mundo islámico. Cuanto más identificados se sienten los judíos de la diáspora con Israel, más se asocia a Israel con los judíos y más se convierte el antiisraelismo en antijudaísmo. El nuevo antijudaísmo musulmán recupera los temas del arsenal antijudío europeo (la trama judía para dominar el mundo, la raza innoble), que criminalizan a los judíos en su conjunto. Este antijudaísmo se ha extendido e intensificado -con el agravamiento del conflicto palestino-israelí- entre la población francesa de origen árabe, y especialmente entre los jóvenes.
En realidad, no hay un pseudo-despertar del antisemitismo europeo, sino el desarrollo de un antijudaísmo árabe. Sin embargo, en lugar de reconocer la causa de ese antijudaísmo árabe, que constituye el centro de la tragedia en Oriente Próximo, las autoridades israelíes, las instituciones comunitarias y algunos intelectuales judíos prefieren creer que es la prueba de la persistencia o la reaparición de un antisemitismo europeo profundamente arraigado e imposible de eliminar.
En esta lógica, cualquier crítica a Israel se considera antisemita. De pronto, muchos judíos se sienten perseguidos por esas críticas. Su propia imagen se ha degradado al mismo tiempo que la imagen de Israel que han incorporado a su identidad. Se habían identificado con una imagen de perseguidos: la Shoah había establecido para siempre su condición de víctimas y su conciencia histórica de perseguidos rechaza con indignación la imagen represiva del Tsahal [el Ejército israelí] que ofrece la televisión. Una imagen que se apresuran a sustituir por la de las víctimas de los terroristas suicidas de Hamás, a los que identifican con el conjunto de los palestinos. Se han identificado con una imagen ideal de Israel, que es, desde luego, la única democracia en una región de dictaduras, pero que es una democracia limitada y, como tantas otras democracias, puede practicar una política colonial detestable. Pero ellos se han sumado a la interpretación bíblica idealizada de que Israel es un pueblo de sacerdotes.
Los que son incondicionalmente solidarios con Israel se sienten perseguidos, en su fuero interno, por la desnaturalización de esa imagen ideal. Y ese sentimiento de persecución, por supuesto, les enmascara el carácter represor de la política israelí.
Nos encontramos ante una dialéctica infernal. El antiisraelismo aumenta la solidaridad entre los judíos de la diáspora e Israel. Israel quiere mostrarles que el viejo antijudaísmo europeo vuelve a ser violento, que es la única patria de los judíos, y para ello necesita exacerbar su miedo y su identificación con Israel. Las instituciones de los judíos de la diáspora cultivan la fantasía de que el antisemitismo europeo ha renacido, cuando, en realidad, se trata de palabras, actos o agresiones procedentes de una juventud de origen islámico, surgida de la inmigración. Pero, para los que justifican a los israelíes, cualquier crítica a Israel -que, por cierto, se manifiesta de forma bastante moderada en todos los sectores de opinión- es antisemita, una extensión del antisemitismo. Y todo eso, repitámoslo, sirve para ocultar la represión israelí, hacer más israelíes a todos los judíos y proporcionar a Israel la justificación absoluta. La acusación de antisemitismo, en estos casos, no tiene más sentido que el de proteger al Tsahal y a Israel de cualquier crítica.
Antiguamente, en los países gentiles, los intelectuales de origen judío se inspiraban en un universalismo humanista, que contradecía los particularismos nacionalistas y sus prolongaciones racistas, pero ha habido una gran transformación desde los años setenta. La desintegración de los universalismos abstractos (estalinismo, trotskismo, maoísmo) provocó el regreso de una parte de esos intelectuales judíos, ex estalinistas, ex trotskistas y ex maoístas, a la búsqueda de su identidad primordial. Muchos de ellos, que habían identificado la URSS y China con la causa de la humanidad que defendían, se convirtieron, tras la desilusión, al israelismo. Los intelectuales postmarxistas se pasaron a la Torá. Y hoy existe una clase intelectual judía que tiene como referencia la Biblia, fuente de toda virtud y toda civilización, a su juicio. Después de pasar del universalismo abstracto al particularismo judío, aparentemente concreto, pero, a su manera, también abstracto (porque el judeocentrismo se abstrae de la humanidad en su conjunto), se han convertido en defensores e ilustradores del israelismo y el judaísmo, y contribuyen, con su dialéctica y sus argumentos, a condenar -por ser ideológicamente perversa y evidentemente antisemita- cualquier actitud en favor de la población palestina. Muchos no logran comprender hoy la compasión natural que despiertan los infortunios de los palestinos. No la consideran una reacción humana lógica, sino la inhumanidad del antisemitismo.
La dialéctica de los dos odios, de los dos desprecios, el desprecio del dominador israelí hacia el árabe colonizado y el nuevo desprecio antijudío, formado por todos los ingredientes del antisemitismo europeo clásico, alimenta, incrementa y extiende esos odios y esos desprecios.
El caso francés es significativo. A pesar de la guerra de Argelia y sus consecuencias, a pesar de la guerra de Irak y el conflicto palestino-israelí, en Francia, judíos y musulmanes han coexistido en paz durante mucho tiempo. Pero entre los jóvenes de origen magrebí se iba incubando un rencor sordo contra los judíos, a los que identificaban con Israel. Por su parte, las instituciones judías, supuestamente comunitarias, cultivaban la excepción judía en la nación francesa y la solidaridad incondicional con Israel. El agravamiento del ciclo represión-atentados desencadenó agresiones físicas y el paso del antijudaísmo mental a la expresión más violenta del odio, el atentado contra los lugares sagrados de la sinagoga y las tumbas. Pero todo eso confirma la estrategia del Likud: demostrar que los judíos, en Francia, no están en su casa, que el antisemitismo ha renacido y deben ir a Israel.
Con el agravamiento de la situación en Israel y Palestina, las dos intoxicaciones, la antijudía y la judeocéntrica, se desarrollaron en todos los sitios donde coexistían poblaciones judías y musulmanas.
Es evidente que los palestinos son los humillados y ofendidos de hoy, y ninguna razón ideológica puede evitar que sintamos compasión por ellos. Es evidente que Israel es el ofensor y el que provoca la humillación. Ahora bien, el terrorismo antiisraelí, convertido en antijudío, constituye la ofensa suprema contra la identidad judía; matar a judíos indistintamente, hombres, mujeres y niños, decir que son todos piezas de caza, ratas que hay que destruir, es una afrenta, una herida, un ultraje para toda la humanidad judía. Atacar sinagogas, violar tumbas, es decir, profanar todo lo que es sagrado, es considerar a los judíos inmundos. Sin duda, existe un odio terrible en Palestina y el mundo islámico contra los judíos. Pero, si ese odio implica la muerte de todo judío, se convierte en una ofensa espantosa. El antijudaísmo desatado significa el preludio de un nuevo infortunio judío. Y en este ciclo infernal, los que humillan y ofenden son también ofendidos y volverán a ser humillados. La piedad y la conmiseración están ya ahogadas por el odio y la venganza. ¿Qué decir ante este horror, sino las tristes palabras del viejo Arkel en Pelléas et Mélisande, de Maeterlinck: "Si yo fuera Dios, sentiría piedad por el corazón de los hombres"?
¿Hay salida? La salida tendría que estar en invertir la tendencia, es decir, disminuir el antijudaísmo mediante una solución equitativa a la cuestión palestina y una política equitativa de Occidente para el mundo árabe-musulmán. La única solución real puede estar en una intervención internacional que incluya, desde luego, una fuerza de interposición entre las dos partes. Pero esa solución real y realista, hoy, es totalmente ilusa. Cuántas tragedias aguardan, cuántos desastres en perspectiva, si no conseguimos incorporar el realismo a la realidad.
Edgar Morin, EL PAIS, 9/3/2004
se puede ver también en http://www.paralalibertad.org/modules.php?op=modload&name=News&file=article&sid=5232
Saludos
Hola.
ResponderEliminarHay algo que me sorprende, y más siendo un artículo de marzo del 2004, aún cercana la crisis pos la invasión de Irak, y es que no menciona ni una sola vez a los Estados Unidos. Al menos en España gran parte del "antiisraelismo" tiene como argumento principal, aparte de la situación del pueblo palestino, que el estado de Israel funciona como el instrumento de Estados Unidos en la región.
Argumento no del todo correcto, por cierto.
Un saludo.
Morin se centra en el ámbito europeo, o mejor, en el francés, para rebatir las acusaciones de un "resurgimiento" del antisemitismo europeo.
ResponderEliminarEs cierto que los EE.UU no aparecen en todo el texto. ¿Intenta ser políticamente correcto? Además creo que en el mundo árabe los odios hacia Israel y hacia USA van muy de la mano.
El argumento de que Israel sirva como una "base avanzada" de los EE.UU en la región, si bien no será del todo correcto, tiene una parte de verdad ¿No? También es cierto que a los EE.UU no siempre les conviene que haya tensión o conflictos en la zona, de ahí los intentos de reunir a los líderes para conseguir la paz.
Otra cosa curiosa es, que siendo Europa la responsable del conflicto Palestino-israelí en gran medida, deja en manos de USA toda la gestión e intentos de pacificar la región.
¿Podías decir en qué consideras que no es del todo correcto ese argumento instrumental? La verdad es que no estoy muy versado en el tema y me gustaría saber.
Saludos
La tesis del artículo es que el crecimiento del sentimiento antiisraelí en Europa no tiene su origen en el antisemitismo histórico europeo, sino en el nuevo antijudaísmo árabe. Pero, como dices, en el mundo árabe los odios hacia Israel y hacia Estados Unidos van muy de la mano. Y en Europa (en España desde luego, y yo diría que en Francia también) se ve con mucha desconfianza la política imperial norteamericana. Por eso decía que me extraña que no se haga ninguna alusión a la estrecha relación de Estados Unidos con Israel.
ResponderEliminarDigo que no es del todo correcto porque aunque Estados Unidos no renuncie a su amistad con Israel, sus instrumentos para llevar a cabo sus planes en la región son otros, y lo han sido históricamente. Más bien Israel es un amigo incómodo.
Estados Unidos ha tenido siempre grandes aliados en el mundo islámico: las monarquías del Golfo, Turquía, Pakistán... En tiempos de la guerra fría la mayor parte de los regímenes musulmanes se podrían alinear en el bloque estadounidense: por un lado estaban los regímenes no árabes occidentalizantes que tenían la amenaza soviética en sus fronteras, como Turquía y el Irán de antes de la revolución islámica. Por otro todas las monarquías árabes, desde Arabia Saudí hasta Marruecos, para quienes la amenaza era las ideologías socialistas panarabistas que se pusieron de moda a partir de los años 60. Israel sólo comenzó a alinearse con Estados Unidos a partir del mandato de Kennedy, y fue a consecuencia del acercamiento de Nasser a la URSS. Pero eso no hizo que los norteamericanos perdiesen a sus amigos árabes. El propio Egipto desde finales de los 70 volvió a alinearse con Estados Unidos (y de paso a mantener relaciones "correctas" con los israelíes)
Cuando los soviéticos invadieron Afganistán a los estadounidenses no les costó mucho trabajo organizar una resistencia armada islamista a través de Arabia Saudí y Pakistán.
En fin, que el enfrentamiento USA/Israel - Mundo árabe es falso. La mayor parte de los regímenes árabes, a pesar de su retórica antiisraelí, nunca van a renunciar a sus buenas relaciones con Estados UNidos.
Perdón por el rollo. Un saludo.
Gracias por tu aporte. Es un excelente complemento al artículo de Morín. Además que mucha gente desconoce esa faceta de las relaciones entre USA (u Occidente) y los países musulmanes.
ResponderEliminarDices: "Cuando los soviéticos invadieron Afganistán a los estadounidenses no les costó mucho trabajo organizar una resistencia armada islamista (...)"
Efectívamente, apostaron por los islamistas, y como dice Amin Maalouf, caído el régimen soviético ahora se ven los antiguos aliados enfrentados entre sí. Sólo hay que observar algunas películas de 007 o Rambo para ver cómo ha cambiado el discurso del cine americano hacia esos "guerreros de la fe", ahora que en lugar de a por los rusos van a por sus soldados.
Saludos